Según Abraham Moles, el cerebro humano tiene una capacidad de recepción de informaciones rigurosamente originales que se puede situar entre 16 y 20 bits por segundo. En el mejor de los casos, y como la obra de Moles (Teoría de la Información y percepción estética) es de 1972, y la que aduce en apoyo de sus cifras (H. Frank, Kybernetische Maschinen) de 1964, podemos fabular que en estos últimos años hemos llegado a los 24 bits, aunque no sea más que a fuerza de leer prospectos y manuales de aplicaciones de ordenador.
Todo lo que exceda de esta cantidad / velocidad perceptiva, lo rechazamos, invadidos por el vértigo de la pereza o por la profilaxis del equilibrio mental. Todo lo que esté exageradamente por debajo de esa cifra, lo despreciamos por demasiado conocido y redundante; incluso, cuando la redundancia es absoluta, cuando la novedad de la información es cero o cercana a cero, dejamos prácticamente de verlo o de oírlo, pasa a constituir uno más de los innumerables ruidos ambientes, otro de los muros grises que emparedan la ciudad.
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